Por: Eddy Reynaldo Cáceres Mamani
Sociología, Universidad
Pública de El Alto
|
Foto: PUCP |
Queridos
lectores; el tema que nos proponemos explicar consta ―ante todo― de un
imaginario traspuesto del pasado a nuestra actualidad. Recurrimos a un
entendimiento popular respecto al “poder” que se representa, por términos
coloquiales e históricos, en la codicia y las mezquindades humanas. Nótese que,
por los avernos de la historia mundial, el poder habíase constado de luchas
fratricidas, cuyos sucesos se resumen en asesinatos, violencias,
confabulaciones y maquinaciones tan siniestras de unos para con sus
adversarios; pasajes reales de la historia de la humanidad se reúnen en casos
tan inverosímiles como el asesinato de Julio César a manos de Cayo Casio y
Junio Bruto; o la
superlativa ambición de Alejandro Magno
que por sus pretensiones de poder y expansión supo sacrificar a sus huestes,
hasta ganarse el desdén de ellas. Y nos preguntamos:
― ¿Por qué el poder
corrompe a quienes lo detentan?
Consideramos
que este es un cuestionamiento muy fundamentado en el subconsciente de la
colectividad; siendo que muchas veces nos hemos preguntado aquello; incluso
hemos visto “idas y venidas” de líderes en quienes teníamos confianza;
pero que en un determinado momento se vuelcan contra el pueblo mismo, a tal
punto de hacerse su “cruz”; sea dicho, también, su verdugo. Eso puede
observarse y autenticarse desde una óptica filosófica, desde una proposición
comunicacional y fundamentada, por lo que, para entenderla; acudimos a la
teoría de la colonialidad, pero a la “Colonialidad del poder”.
La colonialidad
del poder, planteada por el docto peruano Aníbal Quijano nos reconduce a
pensar y repensar la política desde un plano emancipatorio y desde una visión
crítica a las relaciones de poder existentes en un ámbito o plano geográfico.
Pero entendamos ― ¿qué es la colonialidad del poder? ― debe
ser entendida como una relación histórica de poder y dominación repetitiva y
hegemónica; sujeta o imbuida de premisas que se basan en el eurocentrismo y el
capitalismo; donde las mismas generan, al ser tan globales, un patrón de poder.
No obstante, para comprender dicho patrón de poder debemos explicar un
punto clave de las ideas de nuestro autor que, a meollo nuestro representa la
génesis en la compostura de las coyunturas sociopolíticas de nuestro pasado
republicano y hasta de nuestro presente político. Ciertamente nos estamos refiriendo
a la Heterogeneidad Histórica de las Estructuras de Poder (HHEP).
Ahora bien,
traspongamos la concepción explicitada a un plano más pragmático y usemos el
contexto del Estado boliviano de 1952 y la deriva de sus influjos previos y
posteriores, augurando que sutilmente pueden engranarse a lo estipulado por A.
Quijano. Dentro de ese orden, coloquemos cuatro premisas que pueden ayudar a
clarificar el concepto de Heterogeneidad histórico-estructural del poder. Sea
entonces de la manera siguiente:
Primera premisa. - (La articulación de
historias, experiencias, contextos, situaciones, desagravios, etc.) Nuestra
primera premisa nos evoca a la existencia de varias historias; acudimos, por
tanto, a un particularismo histórico del caso boliviano; pues recordemos
que antes de la revolución de 1952 la población boliviana provenía de
experiencias distintas: los campesinos y su servidumbre, sus desagravios
con la expoliación de sus tierras hechas por Melgarejo y luego por T. Frías,
queriendo ser revertidas bajo la insignia de Zarate Willka
que, como sabemos es una historia que merece un tratamiento más señero.
Si bien es
cierto que los campesinos quedaban a merced de los patrones, su no
consideración ciudadana, además de la existencia de pongueaje con tintes de
explotación y dominación impuestas desde la colonia y la misma república
hicieron que la indiada, dentro de este orden, asimilara su situación y de cuya
mentalidad calada resurgiera su rebeldía que seguiría reproduciéndose en pleno
siglo XX dando como término lo ocurrido en la masacre de Jesús de Machaca,
por ejemplo.
Así pues, a
diferencia de los sucesos que marcaron a los indígenas; en Bolivia también
quedaban relegados, antes de 1952, los mineros y obreros que conformaron
luchas por sus derechos contra la explotación de los patrones; este grupo había
experimentado, también, reyertas por los salarios, fueron víctimas de masacres
como la de Catavi. En
otras palabras, los mineros ya venían con una experiencia sindicalista más
significativa a diferencia de los campesinos; ya que decididamente se apoyaron
en el Trotskismo y la tesis de Pulacayo.
Consiguientemente,
no solo las experiencias indígenas y mineras fueron las únicas; puesto que el
contexto boliviano en esa época prerrevolucionaria representaba una vida en los
campos muy mayoritaria respecto a la población de las ciudades, deducimos entonces
que se trataba de una sociedad que se desconocía a sí misma; los mineros con su historia y experiencias; los
campesinos con su propia historia y contexto; las ciudades y los campos tenían
pasajes e historias diferentes; tuvo que llegar la guerra de la Chaco para
hacer que Bolivia logre entenderse como una colectividad sistémica y no tan
discernida como se la veía antes del conflicto. Por supuesto, Las distintas prácticas
de lides por las demandas populares con victorias y derrotas, contextos y
necesidades eran sin duda aspectos que había que recogerlos y conjuntarlos.
Segunda premisa. - (La presencia de un
grupo o facción que sea capaz de articular las peticiones, necesidades,
experiencias e historias de la heterogeneidad) En este acápite, retomemos
la pregunta que se hacía el ex presidente boliviano Carlos Mesa, a propósito de
la revolución de 1952: ―¿Qué partido político sería capaz de encaramarse con
la historia y conducirla?― recordemos que antes de la ebullición social de
1952; en vista de los elementos señalados “ut supra”; como los desagravios,
experiencias, luchas, historias y necesidades heterogéneas que poseían los
habitantes de Bolivia, podemos inferir que los mismos debían ser conjuntados;
pero esa idea tardaría en consolidarse dentro de los años siguientes a la
guerra; pues, tras la hecatombe anímica de la derrota del Chaco surgen los
partidos políticos con más ímpetu que antes de ese conflicto; y obviamente,
cada partido político iba queriendo enlazar las demandas, historias y
experiencias populares como una suerte de bandera que represente a los más
desposeídos; como un cemento que integre a la nueva sociedad emergida del
conflicto bélico. Finalmente, es el Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR) que ciertamente consigue obtener la simpatía de los ex combatientes del
Chaco, de los mineros y hasta de los campesinos; es decir el MNR se hizo del
poder cumpliendo el segundo requisito y con ello un hombre: Víctor Paz
Estenssoro y su cúpula lograron afianzarse como el partido político
formalmente direccionado hacia el Nacionalismo; al que, más tarde, le vendrían
numerosas desavenencias que implicarían recurrir al uso de la fuerza y coerción
como veremos seguidamente.
Tercera premisa. - (Del control y
coerción de la heterogeneidad) A sabiendas que el MNR logró articular a una
gran mayoría boliviana desplazada históricamente de las decisiones y el rumbo
de su destino; también consiguió, tras el triunfo de la revolución, la unión de
las distintas demandas, logró las reivindicaciones sociales, se otorgó la
tierra a los campesinos, hubo la nacionalización de las minas, una democracia
más abierta y una educación más integradora. Fueron logros, sin embargo, por
demás ponderables; aunque, a juicio nuestro y a manera de una paradoja o de una
utopía; tales logros quizás se fueron perdiendo o envileciendo; ya que de los
triunfos se derivan a las injurias, disputas y violencia. Resulta claro, por
tanto, que el MNR obtuvo el poder y consiguió imponerse a los demás partidos
políticos y a la heterogeneidad del pueblo que había intentado unir; empero no
previó que la implicancia de tal le conduciría a la usanza de la violencia y
represión.
En esa
perspectiva, señalamos que, de la heterogeneidad unida; surgirían problemas y
disputas, ya que para tal debía aplicarse una política de represión y fuerza
para así mantener las alineadas y contener el orden de sus opositores,
adversarios y de la población en general que había confiado en ese nuevo
partido político; en otras palabras, para generar el control gubernamental y
político; el MNR usó la fuerza y coacción tras la revolución de 1952; es el
caso conocido como la creación de los campos de concentración y persecución a
manera de la Gestapo(véase
el libro, Infierno en Bolivia de Hernán Landívar) contra todos sus
detractores y contra quienes no estaban de acuerdo a su régimen; a días
nuestros, nos cuesta inverosímil ese tipo de arbitrariedades y además que tales
acciones represivas también significaron brutalidades y escarmiento social.
Consecuentemente,
el MNR; entonces, acarreando las peticiones de la población antes de 1952 logró
hacerse de ella y luego se impuso; pero como señala A. Quijano la represión y
la imposición de un grupo sobre el resto de la población no siempre será
duradero. Y eso es lo que vemos en el punto cuarto.
Cuarta premisa. – (La no duración de un
grupo o régimen en el tiempo o espacio) Que, en las esferas del poder, la
posibilidad de maquinación del MNR contra sus detractores sufrió una fractura
de tiempo y continuidad; pues no es posible generar una represión o régimen
duradero bajo la coerción o el uso de la fuerza.
Lo mismo había
sucedido en los gobiernos anteriores a la revolución de 1952, ya que sus
regímenes no fueron duraderos; pues, siempre estuvo latente el aspecto dialéctico;
es decir, la imposición de un régimen a otro; la imposición, aunque sin
articular la heterogeneidad de un pueblo; nunca es perpetua. Lo vimos antes de
las jornadas de abril de 1952; con el sexenio rosquero de la oligarquía
minera; luego, en los mismos gobiernos de la revolución y en los gobiernos
militares; inclusive en los días nuestros y actuales.
Ciertamente, tras
el triunfo de la revolución de 1952, el MNR siguió gobernando
ininterrumpidamente hasta 1964; pero surgieron otras figuras, en este caso
militares; como René Barrientos cuyo carisma conjuntó nuevamente la
heterogeneidad del pueblo boliviano y atrajo a quienes se habían desencantado
de la revolución de abril; sin embargo, R. Barrientos se inclinó más por los
campesinos que por los mineros a tal punto que intentó que ambas facciones
afines al MNR se enemistaran. También, recurrió al escarmiento severo contra
sus detractores, ahí el caso de la masacre de San Juan;
y naturalmente su sistema de índole represivo tampoco fue duradero; le
siguieron otros regímenes dictatoriales militares cuya reprimenda fue
traumática pero tampoco duradera, habremos de recordar las dictaduras de H.
Banzer y L. García M. o los interregnos democráticos y la democracia como tal;
que también se adhieren a no ser vitalicias. Esa es la historia cíclica que
podemos apreciar desde la óptica de la heterogeneidad del poder y el precio que
cuesta el llegar a conjuntarlas y sobre todo coaccionarlas.
Por último, menester es recurrir a
manera de término a la cuestión de heterogeneidad del poder, que implica
recoger peticiones y demandas populares de un pueblo, donde cada colectivo
social tiene una demanda diferente, una experiencia histórica diferente, una
superación, derrotas, victorias, necesidades y contextos distintos; pero que
pueden ser recogidos por un líder o grupo y que las articule para entonces
lograr imponerse.
Cabe resaltar
que dicho grupo que se hizo del poder y se impuso ciertamente tiende a
corromperse y una vez estando en el poder aplica la fuerza y represión contra
quienes le contravengan; es decir, quienes alguna vez confiaron en esa facción
política que supuestamente los representaba; terminaron siendo reprimidos. En
contraste, esa represión jamás es duradera en el tiempo ni en el espacio. Nos
lo demostró la historia; pero se puede conjeturar que la llegada de nuevos
discursos y nuevos actores o gobiernos que, uniendo nuevamente la
heterogeneidad de experiencias; terminarán por usar la fuerza para seguir
imponiéndose, aunque ello no será duradero y se cumplirá la consigna cíclica o
se repetirá la cuestión de las premisas de la mentada heterogeneidad de las
estructuras del poder.
Sin duda, consustanciar
la heterogeneidad bajo las premisas explicitadas es cíclica; nunca duradera;
por lo que claramente las mismas pueden ser usadas trasponiéndolas a nuestra
actualidad y a otros contextos; que por palabras de nuestro autor; vaticinamos al
decir que las mismas llegaran a repetirse y asemejarse. Teniendo en definitiva
un resultado análogo.